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Por Dante Liano 

En alguna parte de la Red, hay un error elocuente: se dice que Ángela Figuera Aymerich nació en Sevilla pero que creció en Bilbao. Uno podría imaginar que la abundancia de poetas andaluces, en la literatura española del siglo XX, provoca la conjetura que todos nacieron en esa privilegiada región. Es verdad, de Andalucía eran Alberti, Cernuda, Juan Ramón, García Lorca, Machado y otros más. Pero no hay que olvidar la existencia de excelentes poetas de Castilla:  Jorge Guillén nació en Valladolid, Claudio Rodríguez en Zamora y Gloria Fuertes en Madrid. También vascos: Ángela Figuera nació en Bilbao, en 1902, y formó, en los años 50 del siglo XX, una suerte de triunvirato vasco en Madrid, con Blas de Otero (Bilbao) y Gabriel Celaya (Guipúzcoa). Larga y dura vida padeció la poeta. Larga, dura, pero no excepcional: el hecho de que escribiera poesía la hace parecer singular, pero, en realidad, en la biografía de Ángela Figuera se representa la vida de muchas mujeres de su edad. Nacida en una familia de clase media, era hija de un catedrático de escuela. Todo indicaba, para ella, una vida burguesa y acomodada. No por nada estudió en el Colegio del Sacré Coeur, dirigido por monjas francesas, lo que le permitió, después, estudiar en las Universidades de Valladolid y Madrid, en donde se licenció en Filosofía y Letras. En 1933, ganó una oposición para enseñar en la escuela secundaria, pues, en la época, el magisterio era casi obligado destino para las profesionales. En 1934 se casó con su primo, Julio Figuera, quien se demostró un marido sacrificado y devoto. Quizá esa pequeña familia habría seguido un itinerario moderado, dentro del marco de la pequeña burguesía. El pronunciamiento de Francisco Franco en contra de la República trastornó ese destino. Julio se incorporó a las filas del Ejército Republicano, y también Ángela permaneció fiel a la democracia. Por eso, con la instauración de la dictadura franquista, marido y mujer fueron “represaliados”. Esa infame institución consistía en la elaboración de listas negras de republicanos o de opositores al régimen, que fueron despedidos de sus empleos. Muchos de los destituidos marcharon al exilio, como el poeta Jorge Guillén. Ángela Figuera prefirió quedarse en su tierra, no obstante la opresión franquista.

Podemos imaginar, con una cierta seguridad, que Ángela escribía poesías desde la juventud, pero habría de esperar muchos años para publicar. Por edad, se podría creer que perteneció a la llamada “Generación del 27”, pero las circunstancias la colocaron entre los poetas de la posguerra. En efecto, su primer libro, Mujer de barro, aparece en 1948. Trece años después del final de la Guerra Civil, consiguió empleo en la Biblioteca Nacional. El libro sucesivo, de 1949, se titula Soria pura. Ambos dan cuenta de una poesía personal, íntima y con explosiones de sensualidad que retaban a la censura. En efecto, los severos lectores del régimen reaccionaron contra sus poemas y truncaron varias poesías. Quizá los desafiaban poesías como esta:

RÍO

Entro en el agua, dura de tan fría,
Que me coge del talle;
Que me ciñe y me envuelve
Con apremios de amante…
¡Qué grito por el aire esplendoroso
Al tener que entregarme!

La alegoría de la relación sexual y del orgasmo es evidente. Si uno quisiera un buen ejemplo del simbolismo hispánico podría aducir que, en esta poesía, el río y las sensaciones que despierta están en el lugar de otros acontecimientos y sentimientos, felizmente evocados por sensaciones e imágenes. Por eso, los funcionarios enarcaron las cejas y tacharon y suprimieron.  Ángela tuvo que recurrir a algunos amigos dentro de las mallas de la censura para que le dejaran publicar sus versos. Ambos libros poéticos reflejan un período vital bastante positivo. Uno de los episodios más dolorosos de la vida de Ángela Figuera fue la pérdida de su hijo al nacer, en 1935. Cuando se queda sin empleo, se refugia en Soria, con el segundo hijo que tuvo, y lo ve crecer fuerte y sano. Acompañar a la criatura en su descubrimiento de la vida, en sus juegos, en su crecimiento, subraya uno de los aspectos más notables de la actitud de Ángela: su fuerte sentimiento de la maternidad. Esa mujer endurecida por la vida y por los reveses, esa rebelde ante la dictadura y el paternalismo, esa arisca intelectual indomable, se realiza y se distiende en una amplia dimensión maternal. No podía ser, porque la índole de Ángela Figueras lo impide, una madre tradicional, según los cánones antiguos, sino una concepción cósmica y mediterránea: lo materno como protección, lucha, solidaridad y comprensión. Quizá por esa percepción sensible y compañera del otro hace que, a partir del volumen El grito inútil, de 1952, y Belleza cruel  (1958), la poeta se incline hacia los desvalidos, los pobres, los abandonados. Vientos de realidad abaten los sigilos de sus puertas y ventanas, y entran a raudales, para iluminar las zonas de miseria y de hambre de su España dolida. Ese viraje hacia la solidaridad con los otros se muestra muy bien en el poema:

Solo ante el hombre
Sí, yo me inclinaría
ante el definitivo contorno de los lirios.
Sí, yo me extasiaría
con el trino del pájaro.
Sí, yo dilataría
mis ojos ante el mar y la montaña.

[…]

Pero solo ante el hombre, hijo del hombre, 
reo de origen, ciego, maniatado,
los pies clavados y la espalda herida, 
sucio de llanto y de sudor, impuro, 
comiéndose, gastándose, pecando 
setenta veces siete cada día,
solo ante el hombre me comprendo y mido 
mi altura por su altura y reconozco
su sangre por mis venas y le entrego 
mi vaso de esperanza, y le bendigo,
y junto a él me pongo y le acompaño.

De alguna manera, Ángela Figuera no renuncia al simbolismo inicial, al describir algo para evocar esto otro. Digamos que orienta todas las figuras (metáforas, sinécdoques, alegorías) fuera del intimismo de su primera producción para orientarlas hacia la sociedad. En varias poesías de ese período aparece una primera parte en donde la poeta expone varios motivos líricos para hacer una severa antítesis con la realidad existencial de muchos de sus compatriotas. En la conclusión viene la síntesis: ¿cómo puedo gozar mi vida burguesa cuando existen otros seres humanos sumidos en el sufrimiento? ¿Cómo puedo conciliar mi gozo de la belleza si contemporáneamente le es negada a los más humildes y pobres? Está muy claramente expuesto en Belleza cruel:

Belleza Cruel
Dadme un espeso corazón de barro, 
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas, 
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche. 
Quiero cantar a estilo de jilguero. 
Quiero vivir y amar sin que me pese 
este saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito 
todo el revés atroz de la medalla. 
Quiero reír al sol sin que me asombre 
este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.
Quiero cruzar alegre entre la gente 
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.

[…]

Que me perdonen todos este lujo, 
este tremendo lujo de ir hallando 
tanta belleza en tierra, mar y cielo, 
tanta belleza devorada a solas, 
tanta belleza cruel, tanta belleza.

Cuando se hojea una antología o una historia de la poesía española del siglo XX, no puede dejar de extrañar las pocas páginas que se dedican a poetas como Gloria Fuertes, Carmen Conde, Teresa León o Ángela Figuera. La explicación reside, en el caso de Figuera, en que gran parte de su poesía se enmarca dentro de la llamada “poesía social”, de igual modo que Blas de Otero y Gabriel Celaya. Se trata de una facilidad y una pereza de la crítica. El camino lírico recorrido por Ángela Figuera, desde sus poesías “intimistas” a la poesía “comprometida” sigue una misma propuesta estética: metáforas naturales y directas, de comprensión inmediata. En eso, la poeta sigue la senda iniciada por don Antonio Machado, tan influyente sobre su generación. Lo decía él mismo: “poesía, cosa cordial”. La inclinación de don Antonio hacia una poesía directa y comunicativa (que lo hicieron tan popular) encontró adeptos después de la Guerra Civil y desembocó en la urgencia de revelar los aspectos sórdidos de la dictadura. Un valor agregado a la poesía de Ángela Figuera Aymerich es que fue capaz de expresar un modo de ver el mundo intensamente femenino, radicalmente femenino, entrañablemente femenino. Solo ella podía haber escrito esta compasiva, solidaria y afectuosa poesía:

Canto a la Madre de Familia   
Canto a la Madre de Familia 
tan mujer de su casa la pobre, 
tan gris por todos lados,
tan oveja por dentro
aunque suela gritar con los chiquillos.
Canto a sus manos suaves de lejía
los lunes y los martes,
los miércoles y jueves picadas por la aguja, 
quemadas cada viernes por la plancha,
ungidas por el ajo y la cebolla.
(El sábado es un día extraordinario: 
limpieza de cocina, compra doble,
y hacia las seis, barniz sobre las uñas 
para salir a un cine baratito
del brazo del esposo).

[…]

Canto a la madre de familia 
cuando se duerme tan cansada
que un ángel blanco y bondadoso 
baja en secreto y la conforta.

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